«El pueblo salva al pueblo»
En los últimos meses, un clamor ha recorrido las calles y los foros del país. Después de los terribles sucesos de Valencia, en los que más de dos centenares de personas perdieron sus vidas, las tardes y las mañanas sonaban de una forma muy característica: «¡el pueblo salva al pueblo!». Con una proclama como aquella, que gozaba de cierto regusto anarquista sin alejarse de las formas neoliberales, el pueblo español parecía unirse contra lo que consideraban un enemigo común: la clase política. Y, sin embargo, baste recordar que dichas protestas no tardaron en ser igualmente monopolizadas y apolilladas por discursos políticos que aprovecharon el caos para ganar sustancialidad (quizás siempre estuvieron contaminadas).
El asunto caló en un pueblo que, de repente, quería ayudarse a sí mismo, y, sobre todo, se coló en esas generaciones más jóvenes para las que todo son retos y todo son causas por las que luchar. Todo… o tal vez sólo algunas cosas. En contraste con las hordas de voluntarios que, altruistamente, ayudaron a paliar los daños de la catástrofe, otros asuntos del país parecían quedar olvidados. En otros ámbitos, donde la cosa parece estancada, no se sabe dónde está ese pueblo que se salva a sí mismo. En lo que a nosotros nos atañe, por supuesto, me refiero a la Universidad.
Desde mayo de 2024, nuestra Universidad viene siendo «regida» por un rector (en minúscula) que no fue debidamente escogido por la población universitaria. En unas elecciones más parecidas a las que se realizan en las dictaduras, con un solo candidato, nuestro rector obtuvo datos pésimos que reflejaron la ausencia de gran parte de la Universidad durante los comicios. Y, de entre quienes sí fueron a votar, los resultados que el rector se embolsó fueron también muy débiles. Sin embargo, una victoria ajustada no parece ser motivo suficiente para cuestionar la autoridad de un rector. Motivos (más que) suficientes sí son las prácticas de dudosa moralidad que, supuestamente, ha llevado a cabo durante años: autocitación masiva o creación de perfiles de investigación falsos, entre otras.
Y, ante un rector cuyo apoyo en las urnas y cuya moralidad son escasas, el pueblo guarda silencio. Ese pueblo que se salva a sí mismo y que decide no callar ante algunas tropelías como las de la Valencia, opta por sepultar sus reclamaciones ante otras. ¿Dónde está la comunidad universitaria de Salamanca para protestar por su futuro? ¿Dónde se encuentran todos los que rehusaron otorgar su apoyo a este rector y que han tenido que ver cómo él avergüenza a toda la Universidad? Está claro que tras las campañas con y contra el rector hay intereses políticos; los mismos (dos) de siempre. España no puede evitar teñir todo de rojo o de azul, cuando hay injusticias que son simplemente grises. Así las cosas, ¿no deberíamos admitir que, en verdad, no somos los salvadores de nadie? La comunidad universitaria salmantina ha decidido callar; esa ha sido su decisión unánime y tácita. Por eso, que no me hablen de pueblos que se salvan a sí mismos. Aquí, en esta Universidad, nadie ha intentado salvar a nadie. Aquí todo lo que hemos hecho ha sido callar ante la irregularidad, asumirla como se asume lo irrevocable. Quizás en un futuro sea diferente, pero en lo que respecta al hoy no podemos decir que nos estemos salvando a nosotros mismos frente a un enemigo común. El silencio que todos guardamos es ahora nuestro mayor antagonista.